El 3 de agosto de 1821, pocos
días después de la proclamación de nuestra independencia, el médico Hipólito
Unanue asumía el cargo de ministro de Hacienda (hoy, Ministerio de Economía y
Finanzas). El reto de su gestión era ordenar la economía para facilitar la
transición del virreinato hacia la naciente república.
Casi 200 años después, a
puertas de iniciar el año del bicentenario de la independencia, el panorama
macroeconómico, señalado en el reporte de inflación de diciembre del 2020 del
BCR, indica que el próximo año tendremos vientos favorables para la economía
nacional. Las proyecciones estiman altas tasas de crecimiento en diversos
sectores: minería, construcción, exportaciones no tradicionales, entre otros; e
indican que las condiciones macroeconómicas favorecerán la reactivación
económica. Si estas tendencias se mantienen, el Perú crecería más rápido que
otros países de la región (Argentina, Brasil, Chile, Colombia).
No obstante, el 2021
estará marcado por la incertidumbre, no solo política –propia de un año
electoral–, sino también sanitaria (falta de vacunas), social y económica. Por
lo tanto, conviene prestar atención a tres retos, relacionados entre sí, que
menciono a continuación.
El primero, reducir la
tasa de desempleo. La crisis económica desencadenó olas de despidos que no
habíamos visto en el país durante varios años. Según el Observatorio Laboral
del Banco Interamericano de Desarrollo, el Perú fue unos de los países que
experimentaron mayores pérdidas de empleo. En este sentido, es crucial que las
empresas recuperen su capacidad para crear puestos de trabajo. El acceso a
financiamiento y las políticas públicas que se orienten a la generación de
empleo debería ser una prioridad. Los empresarios deben aprovechar el talento
dormido que tienen muchas personas desocupadas.
Y la población
desempleada, los miles de jóvenes graduados del sistema de educación superior
deberían recibir especial atención para que consigan trabajos (remotos) y
puedan aportar a la economía. El beneficio de tener un mercado laboral más sano
es que los ingresos familiares aumentarían y, con esto, el consumo privado. Sin
embargo, el camino para alcanzar estos beneficios será arduo debido al
creciente descontento social que se manifiesta en los paros recientes.
El segundo desafío
consistirá en aprovechar la transformación digital de las empresas para
facilitar la formalización. Esto no solo abre la puerta al comercio en línea,
sino que también facilita el proceso de declaración y cumplimiento de las
obligaciones tributarias, como muestra un estudio del Fondo Monetario
Internacional publicado en el 2019, donde se utilizaron datos de empresas
peruanas, cuya evidencia sugiere que la digitalización puede ser una gran
herramienta para construir empresas formales y, a medida que más utilizan esta
tecnología, podríamos ver aumentos en los ingresos tributarios recaudados por
la Sunat.
Una apuesta audaz del
Gobierno podría permitir crear empresas (formales) desde una computadora o un
teléfono móvil en minutos, en lugar de pasar varios días en las oficinas
públicas de la burocracia nacional. Claramente, con esta política ganan los
empresarios (menores costos de crear una empresa formal) y el Estado, que
amplía el número de contribuyentes y aumentan sus ingresos fiscales. Este aumento
sería bastante provechoso ante los incrementos recientes de la deuda pública.
El tercer reto integra a
los anteriores: recuperar la confianza en las instituciones públicas. En los
últimos años, la ciudadanía ha mostrado bajos niveles de confianza en instituciones
claves para la sociedad y la economía. El reto de rescatar la confianza es
enorme, especialmente en un año de campaña política, emergencia sanitaria y
crisis económica; pero sus beneficios serían también altos: mercados más
articulados, mejores relaciones entre empresas y gobierno, servicios públicos
de mejor calidad, menos conflictividad social, y, sobre todo, mayor claridad
para establecer metas de largo plazo. Sin confianza ciudadana ni proyectos de
largo plazo, la economía seguirá expuesta a los riesgos políticos que todos
hemos visto este año. La precariedad institucional podrá corregirse con el
compromiso firme del gobierno transitorio para la renovación del pacto social
entre ciudadanos e instituciones públicas.
Estos retos no son nuevos,
pero las circunstancias actuales exigen que nuestra disposición para
resolverlos se renueve. Los doscientos años de historia republicana que nos
preceden pueden ser la fuente de inspiración para este nuevo esfuerzo de sacar
adelante nuestro país y su economía.